Amarillo, verde y azul son los colores de la primavera. Me gustaba la idea de empezar el texto con esta frase porque son los colores que veo desde mi ventana. Bueno, en este momento también se ven unas nubecillas blancas adornando el cielo. Las hojas de los árboles están cambiando de color; están cogiendo ese color amarillento mezclado con un verde intenso. Sin embargo, hay un árbol al que le cortaron sus ramas que está intentando crecer. Había una sábana azul enredada en sus ramas desde hacía ya cinco años. Ningún podador quiso cortarlo, se había aferrado tanto a sus hojas que el barrio entero contemplaba cómo se querían.
Hace un mes que vinieron a separarlos, ahora, una sombra esquelética adorna el edificio pero se va alegrando porque van creciendo sus hojas, poco a poco van saliendo. Está envidioso, el árbol de al lado tiene todas sus hojas intactas, bien verdes y sonriendo a su fantástico público.
Es como una lucha de clases. Recientemente ando viendo una serie que para mi era nueva y resulta que todo el mundo la conoce. Gossip Girl apareció en mi vida el martes pasado, cuando Cuatro la estrenaba. Le dije a mi madre (la mejor crítica de series que no van a triunfar), vamos a verla, a ver de qué va. Nos pusimos, y las dos con las bocas abiertas de tanta pijería asquerosa y radiante popularidad, dijimos, bah, tampoco es para tanto.
Bueno, pues estamos enganchadas. Ella ha sido un poco más reticente en admitirlo, pero lo he conseguido. Hemos puesto a Nadal en un segundo plano y nos hemos tumbado en el sofá apotronadas 3 horas sin parar de ver capítulos.
Si hay algo bueno en la serie es que los que no somos tan pijos nos podemos sentir indentificados con uno de los personajes, que aunque vive en un loft impresionante, intenta lidiar con la pijería de su clase de un gran instituto de Manhattan.
Quizá esté malgastando mi tiempo libre, pero estoy intentando quitarme la espinita clavada de Anatomia de Grey.